Desde la escuela normalmente no se incluyen prácticas que enseñen o fomenten el bienestar emocional y psicológico, y la realización personal ya que muchas veces se centran en el valor que tienen los contenidos y la memorización de estos. A su vez los sistemas de evaluación están diseñados para detectar niveles de conocimiento y destrezas basados en criterios estandarizados dejando de lado las diferencias particulares, los talentos, capacidades y ritmos de aprendizaje.
Se hace importante empezar a preocuparse por la naturaleza de la mente y enseñar el manejo de las emociones, a su vez los problemas que conlleva la represión de las mismas. Igualmente, las habilidades emocionales y sociales son muy importantes para el desarrollo integral del ser. Es por esto que las emociones no deben ser erradicadas, sino brindarse como herramienta para afrontar de manera adecuada las situaciones que se enfrentan día a día.
Debe ser prioridad para la educación orientar los procesos a la formación integral, desligando la formación tradicional y articulando los contextos cognitivos y afectivos desde un proyecto que permeabilice los diferentes niveles de conocimiento y posibilite el reconocimiento de las emociones en todos sus actores (padres de familia, estudiantes, directivos y toda la comunidad educativa). El desafío es consolidar el equilibrio entre mente y corazón de los docentes para que ellos puedan enseñar cómo encontrar dicho equilibrio a los niños, niñas y jóvenes.